lunes, 27 de julio de 2015

MONUMENTO A D. JOSÉ MARCILLA HERNÁNDEZ


D. Miguel Ángel Sola, dando lectura a la placa que recuerda la labor de D. José Marcilla y el agradecimiento de todo un pueblo.

DISCURSO INAUGURAL DEL BUSTO DE DON JOSÉ MARCILLA HERNÁNDEZ.

ANTONIO GARCÍA SANZ (Cronista de la Villa de Jabalquinto). 26 de julio de 2015

Rvdo. Sr. Arcipreste, D. Miguel Ángel Sola; Rvdo. Sr. Cura párroco de esta Parroquia de la Encarnación, D. Pedro Garrido; Rvdo. Sr. D. Joaquín Rafael Robles, su predecesor; Rvdo. Sr. D. Tomás Jurado, canónigo de la Sta. Iglesia Catedral de Jaén, jabalquinteño y muy querido por todos nosotros; Sr. alcalde del Excmo. Ayuntamiento de nuestra localidad; Junta de Gobierno y cofrades de la Cofradía de Ntro. Padre Jesús Nazareno, que hoy celebra su fiesta patronal. Un saludo Muy especial para Dña. Sagrario y Dña. Manuela, sobrinas de D. José Marcilla Hernández, que hoy nos honran con su presencia. Sras. y Sres; paisanos y paisanas; amigos todos de éste, mi querido pueblo.

Muy brevemente, porque el calor aprieta y Ntro. Padre Jesús, está a punto de salir a nuestro encuentro.

Pudiera parecer un tanto extraño que alguien que no conoció a D. José Marcilla sea, ahora, la persona designada para que os hable de él.

Pues bien, existen distintas formas de conocer a las personas: Una a través de lo físico, de lo visible, y otra, bien distinta, pero fiable y profunda, la que se corresponde con sus palabras y sus hechos. A esta última forma se puede llegar por medio de otros, que sí tuvieron la dicha de conocerlas. Por tanto, agradezco a D. Manuel Cuesta, su amigo íntimo y a D. Francisco Gómez Montejo, de quienes sus cartas personales y escritos, respectivamente, me han servido para conocer la valía de este hombre y su ejemplo como sacerdote; además de multitud de vivencias y anécdotas, puestas en mis oídos, por quienes compartieron con él, tiempo y espacio.

También quiero agradecer a su sobrina Sagrario, las bonitas palabras que me dedicó al conocer mis publicaciones sobre su tío y sobre todo, por haberme facilitado la dirección de la Web de Gualey, barrio de Santo Domingo, a orillas del río Ozama, donde D. José desarrollo su intensísima labor misionera. Ello me ha permitido conocer el entorno en que su tío vivió gran parte de su vida, dándolo todo.

En esta ocasión, más que leer una larga biografía de nuestro querido personaje, que la podéis encontrar en Internet o en otros medios, prefiero dejaros una reflexión personal: En casos como este debemos de fiarnos más del método del corazón que de otros métodos más razonables. Como en “El Principito”, llegaremos más lejos y más hondo, intuitivamente que razonablemente, aunque lo ideal sería que el corazón y la razón fueran de la mano.

No hay vez que recordando a D. José Marcilla Hernández, no me venga a la memoria, la imagen de una figura que aparece en el Antiguo Testamento y que conecta en el Nuevo Testamento en Jesús de Nazaret. Esta figura es la del “Siervo de Dios”; siervo en el sentido de servicio y entrega y no como título honorífico del que se pueda alardear o presumir.

D. José, como Jesús, es un “siervo de Dios”. Se puso al servicio del Reino, sin dudarlo, dejando atrás, en el olvido, aquellos años, placenteros, en los que sus estudios y formación académica le permitieron vivir, en Madrid, de forma holgada. Pero él buscaba la FELICIDAD, otra vida que le permitiera empaparse del Espíritu de Cristo para llegar a todos y convencerles de que Dios les ama.

Lo hace por medio de la Palabra y la obra; Palabra y obra, unidas, dan credibilidad, ofrecen confianza a quienes están cerca de él, e incluso a los más alejados. Esta es la razón por la que también los que no frecuentaban el templo le admiraban y le querían.

Esa es la clave en la vida y obra de D. José y eso es lo que hace que hoy, a pesar del inexorable paso del tiempo, lo sigamos llevando en el corazón, como en mi caso, incluso, sin haberlo conocido.

Otra de las grandes claves de su vida fue la oración; D. José pasaba largo tiempo delante del Sagrario, al lado de Jesús Sacramentado, vivo, en perfecta unión y comunicación con Él. Sus contratiempos, sus retos, sus preocupaciones, sus ilusiones, sus alegrías y sus penas eran compartidas con Él, como con el mayor de los hermanos, ese que siempre está presto y dispuesto a ofrecer su ayuda sin pedir nada a cambio.

El poder y la fuerza de la oración, a veces en soledad y otras en comunidad fueron, entonces y ahora, grandes regalos del cielo que ayudan a transformarlo todo, a cambiar el mal por el bien, la debilidad por la fortaleza, la injusticia por la justicia, la guerra por la paz, el odio por el amor.

Me contaron en una ocasión, que una vecina, habiendo escuchado, a deshoras, cierto ruido dentro del templo, avisó a otras personas que, acercándose y llamando a la puerta, fueron recibidas por D. José.:

- ¿Qué queréis a estas horas?, les preguntó.



- Es que hemos escuchado ruido y creíamos que habría ladrones


D. José, entre risotadas, les dice:


- ¡Ladrones!, ¡No! Hacía calor en la camareta, y como no podía dormir, me he bajado a acompañar al Señor, y con tanta oscuridad, he tropezado con el reclinatorio.

Sus homilías, no exentas de absurda polémica, eran seguidas con especial atención, tanto aquí como en su misión, allá en República Dominicana.

En varias ocasiones le recomendaron “moderar” el contenido, o más bien, el sentido del mensaje pero él, sin miedo alguno, solía decir: “Yo sólo presto mi voz a Dios”.

Allí, en Santo Domingo, en uno de los poblados que atendía y que estaba levantando con sus propias manos junto a las de muchos fieles moradores recibió, por sorpresa, la visita del presidente de la República, Rafael Leonidas Trujillo que previamente habría enviado a un observador para verificar la fama de este misionero español; éste, lo encontró en plena faena y dirigiéndose a él exclamó:

- ¡Con que tú eres ese cura español comunista!
D. José, haciendo un breve paréntesis, se puso de pié, se colocó frente a frente, y clavando en él su profunda mirada le respondió:

-Yo no soy comunista, Señor, sólo soy sacerdote y he venido hasta aquí para ayudar.
Esta es su autoridad, la misma del evangelio, la misma de Jesús, es decir, Palabra y hechos a la vez, valentía, mucha valentía y la manifestación de su amor a todos, especialmente al más sencillo, al más humilde y al más débil, siempre luciendo su eterna sonrisa. Sonrisa que como podemos ver, bien ha plasmado el autor de esta obra que hoy descubrimos e inauguramos, aquí, en esta Plaza de la Iglesia, en esta “Lonja”, donde tanto jugó con los niños, donde tanto consejo dio a los jóvenes, donde atendió con calma a los mayores, donde consoló a enfermos, donde dio de comer a hambrientos, donde vistió a desnudos, donde amó a todos.

Precisamente hoy, 26 de julio, día de la Fiesta Patronal en honor a Ntro. Padre Jesús Nazareno, después de una dilatada vida puesta al servicio de Dios y de su Iglesia, hace treinta y cinco años que partió de este mundo al Padre rodeado de los suyos y de algunos compañeros. Desde allí, seguirá mirándonos con su mirada profunda, llena de amor.

Querido D. José: No deje nunca de pedir por esta Comunidad Parroquial de la Encarnación, a la que tanto quiso y sirvió. Pida a Dios que nos ayude y nos fortalezca en nuestra travesía hacia Él. Pida también por la Iglesia Universal, para que a través de la acción del Espíritu Santo, podamos lograr la plena transformación del mundo en que vivimos.

Gracias por vuestra atención y felices fiestas.