SAN BLAS, AÑOS ATRÁS.
“Por San Blas la cigüeña verás y si no la
vieres: año de nieves”, dice el refrán.
¡Y San Blas abogó por nuestras gargantas!
-¡Vamos, que mi padre ya ha encendido la lumbre!
Susurraba Lorenzo, mi pequeño vecino, escoltado
por sus hermanos, Juan y Andrés, mostrando su carita entre la puerta de cristal
del estanco de mi madre. La alegría e inocencia de la niñez retrataban aquella
expresión tan limpia.
Me calzo la gorra, agarro la bota repleta de
vino tinto y bajo la cuesta abrazando a mi familia, evitándoles sentir la
gélida brisa de “Palomarejo”. Me arrimo al fuego que Andrés, como cada año,
había prendido con maestría.
Mientras arden las primeras ramas van acudiendo
las mozas y los mozos: Paulita y Pedrín, Ramona y Juan, Antoñita y Juan Antonio
y, hasta Martina y Ramón, venidos desde Barcelona, en tiempo de aceituna.
El mismo olor, el mismo calor y hasta el mismo
sabor de ayer, nos acompañan en la fría noche jabalquinteña.
“Qué bonita está una parra
Con sus racimos colgando,
Más bonita está una niña
De catorce o quince años, Ay, ay”.
“Así me lo pongo al lado,
Así a lo bandolero,
Así a lo sevillano,
Ésta es la mujer que quiero, Ay, ay”.
Cantábamos, agarrados de la mano, y unidos
danzábamos, tras las ascuas, del cerco de la hoguera.
Las miradas confidentes y las tímidas risas de
los otros mozos y mozas que nos visitaban, se suceden, al tiempo que Paz y
Mercedes entonaban al unísono:
“Eres alto y delgado como el hinojo
Y lo que tienes, de alto, tienes de flojo”.
“Eres más tonto, más tonto,
Eres más tonto que aquel,
Que llevó la burra al agua y la trajo sin
beber”.
Las desatadas carcajadas atrajeron decenas de
coplillas que calentaron lo festivo y lo divino.
-¡No hay prisa, mañana es domingo y hasta las
once no nos espera don Pedro!, acerté a oír entre tanto dicho.
El Valle del Guadalquivir que alegra mi
despertar, se oculta ahora, tras el velo de la madrugada.
La torre de la estación, como vigilante y tímida
luciérnaga, delata en lontananza, un inmenso mar de olivos.
-¡Nena, saca las aceitunas!
No las probé más ricas; la receta y el cariño de
mi querida María Juana se perdieron en el angosto callejón del tiempo.
“San Antón viejo y meón”, encargado de la
protección animal que tantos bienes nos diera, señala con su santo índice los
momentos de hoy que jamás olvidaré.
¡Qué buen picón nos regaló la madrugada!
Caldeará el sencillo hogar del vecindario,
recordándonos que vivir es mucho más que un arte.
Antonio García Sanz
Cronista Oficial de la Villa de Jabalquinto.
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