jueves, 17 de abril de 2025

CRISTO DE LA HUMILDAD

  De las cofradías y grupos parroquiales existentes en la Parroquia de la Encarnación de Jabalquinto (Jaén), es la del Santísimo Cristo de la Humildad, una de las que gozan del mayor fervor y devoción de los feligreses.

Desconocemos el origen histórico de la cofradía, pero conocemos por boca de nuestros ancestros, las características artísticas de la anterior imagen desde, al menos, los inicios del siglo anterior y que ahora pasamos a describir: Efigie tallada en madera, de pelo natural; las manos, amarradas a una columna, con cordones de oro fino rematados con borlas del mismo oro, por lo que popularmente era conocido como “El Amarrado”.

De autor desconocido, el busto, de extraordinario mérito, coronado de espinas y adornado de tres potencias, símbolo de omnipotencia y atributo de divinidad, transmitía pena y dolor a quienes le acompañaban en procesión.

El tercio inferior de su anatomía se vestía de terciopelo morado, prendido a la cintura y adornado con elegantes bordados de oro.

La talla, desaparecida en 1936, fue sustituida por la actual en el año 1954.

 Algunos jóvenes del pueblo constituidos en grupo teatral, llevaron a escena, distintas obras, en el recinto del Colegio Público de “La Carrera”. Con el beneficio de su arte y el donativo de algunos fieles, viajaron hasta Madrid, acompañados de D. Francisco Álvarez Martínez, cura párroco, recientemente fallecido, para adquirir la actual imagen en una casa de imaginería religiosa de la calle “La Cruz”, por la cantidad de 12.000 pesetas.

El antiguo gallardete, que encabezaba el desfile procesional, exhibía la expresión: “Padeció bajo el poder de Poncio Pilato”.

Iniciada la década de los sesenta y como consecuencia de su deterioro, se sustituyó por el actual que así describimos: En tela blanca, sobre fondo de terciopelo rojo, un busto de Jesucristo coronado de espinas, en el anverso. En el reverso, bordada en oro, la siguiente inscripción: “Amarrado a la columna”. En su centro, el anagrama de Cristo y a sus pies, la fecha de su adquisición: siete de marzo de mil novecientos sesenta y seis.

El traje estatutario de la cofradía se compone de túnica blanca, cerrada de botonera y ajustada por banda carmesí; capa y capirote del mismo color. Por escudo o emblema, un óvalo que incluye bordados de una columna con el cristograma “J.H.S.” (Iesus Hominum Salvatus), prisionera de corona de espinas,  sustentada por cuatro golondrinas. 

 

miércoles, 16 de abril de 2025


 

HOY ES MIÉRCOLES SANTO

En el artículo sobre “Asuntos Religiosos” que el historiador local, Mateo Francisco de Rivas y Soriano trata en su “Memoria Histórica sobre Jabalquinto, Reino de Jaén”, podemos leer que la Cofradía de la Veracruz fue reformada en 1.777 y que “Tiene la misma, jubileo el día de la Exaltación de la Santa Cruz, en que se hace función magnífica, con comunión general, procesión y festejos”.

En dos ocasiones, por tanto, la Veracruz, efigie de Cristo Crucificado, recorría las calles del núcleo urbano en procesión; el primer día, el Jueves Santo y el segundo, cada 14 de septiembre. Así venía ocurriendo, al menos desde 1.777, con algún paréntesis histórico ocasionado por diversos motivos.

Desde 1.939, y hasta la donación en 1942, de una nueva imagen hecha a la parroquia por el matrimonio de D. Sebastián Arboledas Soriano y Dña. Ana Cabrera Martínez, se celebraría la procesión únicamente con la cruz.

La nueva imagen fue encargada en Valencia y sólo conocemos de boca de los familiares del matrimonio, que viven en la actualidad, que su autor era un excelente artista y que se entregaba a sus obras con sabiduría y maestría, sin levantar su cabeza de ellas. En otro momento profundizaremos en ello.

A finales de los años cincuenta o inicio de los sesenta, dejó de procesionar, la bellísima imagen por las calles del pueblo, coincidiendo con la llegada de otra nueva, venerada hoy con el nombre de “Santo Sepulcro” y conocida por todos como “Santo Entierro” y que lo hace el Viernes Santo, de la cual trataremos próximamente.

Entre 1975 y 1981, la Parroquia de la Encarnación, de nuestra localidad estuvo servida por D. Francisco Ortega Pulido, misionero y jesuita, de avanzada edad pero dedicado a ella en plenitud. En su tiempo, entre otros logros, y rodeado de un nutrido grupo de jóvenes, organizó un multitudinario viacrucis que recorría en silencio, cada Martes Santo, con la única luz que aportaban las velas, las distintas calles de la localidad. El solitario madero que antaño acogiera el cuerpo de Jesucristo crucificado sería portado a hombros de la juventud mientras que la imagen presidía el Altar.

En 1981 es nombrado párroco D. Francisco de Paula Agüera Zamora, quien se entregó mucho y bien a la pastoral de la juventud. Fruto de su celo y dedicación surgió un grupo del que nace la idea de volver a sacar en procesión la bellísima imagen de Cristo Crucificado, al que se le comenzó a llamar Cristo de la Expiración, tal y como hoy se conoce. Aunque sufriendo distintas reformas, en lo referente a su paso, actualmente realiza su estación de penitencia cada Miércoles Santo junto a la imagen de la antigua Soledad, ahora bajo la advocación de María Santísima del Dulce Nombre del Carmen en su Amargura y San Juan Evangelista, formando un monumental grupo escultórico.

martes, 4 de febrero de 2025

 



SAN BLAS, AÑOS ATRÁS.

“Por San Blas la cigüeña verás y si no la vieres: año de nieves”, dice el refrán.
¡Y San Blas abogó por nuestras gargantas!
-¡Vamos, que mi padre ya ha encendido la lumbre!
Susurraba Lorenzo, mi pequeño vecino, escoltado por sus hermanos, Juan y Andrés, mostrando su carita entre la puerta de cristal del estanco de mi madre. La alegría e inocencia de la niñez retrataban aquella expresión tan limpia.
Me calzo la gorra, agarro la bota repleta de vino tinto y bajo la cuesta abrazando a mi familia, evitándoles sentir la gélida brisa de “Palomarejo”. Me arrimo al fuego que Andrés, como cada año, había prendido con maestría.
Mientras arden las primeras ramas van acudiendo las mozas y los mozos: Paulita y Pedrín, Ramona y Juan, Antoñita y Juan Antonio y, hasta Martina y Ramón, venidos desde Barcelona, en tiempo de aceituna.
El mismo olor, el mismo calor y hasta el mismo sabor de ayer, nos acompañan en la fría noche jabalquinteña.

“Qué bonita está una parra
Con sus racimos colgando,
Más bonita está una niña
De catorce o quince años, Ay, ay”.

“Así me lo pongo al lado,
Así a lo bandolero,
Así a lo sevillano,
Ésta es la mujer que quiero, Ay, ay”.

Cantábamos, agarrados de la mano, y unidos danzábamos, tras las ascuas, del cerco de la hoguera.
Las miradas confidentes y las tímidas risas de los otros mozos y mozas que nos visitaban, se suceden, al tiempo que Paz y Mercedes entonaban al unísono:

“Eres alto y delgado como el hinojo
Y lo que tienes, de alto, tienes de flojo”.

“Eres más tonto, más tonto,
Eres más tonto que aquel,
Que llevó la burra al agua y la trajo sin beber”.

Las desatadas carcajadas atrajeron decenas de coplillas que calentaron lo festivo y lo divino.
-¡No hay prisa, mañana es domingo y hasta las once no nos espera don Pedro!, acerté a oír entre tanto dicho.
El Valle del Guadalquivir que alegra mi despertar, se oculta ahora, tras el velo de la madrugada.
La torre de la estación, como vigilante y tímida luciérnaga, delata en lontananza, un inmenso mar de olivos.

-¡Nena, saca las aceitunas!
No las probé más ricas; la receta y el cariño de mi querida María Juana se perdieron en el angosto callejón del tiempo.
“San Antón viejo y meón”, encargado de la protección animal que tantos bienes nos diera, señala con su santo índice los momentos de hoy que jamás olvidaré.
¡Qué buen picón nos regaló la madrugada!
Caldeará el sencillo hogar del vecindario, recordándonos que vivir es mucho más que un arte.

Antonio García Sanz
                                      Cronista Oficial de la Villa de Jabalquinto. 

miércoles, 6 de noviembre de 2024

Dejamos, tiempo atrás, a nuestro célebre personaje, Don José Marcilla Hernández, terminando su apostolado en nuestro querido pueblo, Jabalquinto. 

 Entre 1953 y 1955, fue destinado a Torrubia y a la capellanía del Hospital de Linares. De 1955 a 1956 fue nombrado coadjutor de la Parroquia de San Francisco de Linares (Jaén).

 El día 9 de Julio de 1956 recibió nombramiento como ecónomo de Santa Elena (Jaén).

 En muchas ocasiones y a lo largo de once años había cursado solicitud al Sr. Obispo de Jaén para obtener permiso e irse de misionero a América. Finalmente y después de tanta insistencia, y mediación del Obispo D. Rafael Álvarez Lara obtuvo permiso de Don Félix Romero Mengíbar, entonces obispo de Jaén, para trasladarse a Santo Domingo (República Dominicana) y realizar su misión. 

 Por fin, el día 24 de Octubre de 1958, embarcó en el puerto de Barcelona. En la motonave “Satrústegui” realizó la travesía, que duró diecinueve días, y le llevó hasta su destino.

 El día 13 de noviembre llegó a Ciudad Trujillo. Tras dejar su hato donde Dios dispuso, se propuso  conocer uno de los poblados más cercanos a la ciudad y que habría de atender. El cielo lo recibió con un tremendo aguacero; arremangándose la sotana ayudó a una numerosa familia a la que aquel fuerte chubasco, había desecho la cubierta de su humilde hogar. Después de la tempestad llegó la calma y en cuanto aquel lugar quedó para seguir malviviendo, se dispuso a regresar a la ciudad. 

Oteaba el horizonte con su mirada y tomaba las riendas de aquel caballo que le servía en sus desplazamientos a las secciones más inaccesibles.

 -¿Qué piensa padrecito?, preguntó un mozalbete, de color, que se encontraba observando a sus espaldas.

 Don José, se da la vuelta enérgicamente y alargando su brazo estrecha la mano con la de aquel buen mozo.

 -Me llamo José y vengo a ayudar. 

 -Pues entonces tiene tarea.

 -La tarea es ahora regresar al pueblo.

 -¿Qué sabes hacer? 

 -No tengo oficio ni beneficio.

 -Si tuvieras tiempo y ganas podrías acompañarme unos días hasta que yo conozca estos caminos de Dios.

 Al muchacho se le iluminó el rostro, mostrando una alegría inusual, no dudando la respuesta:

 -Pues claro que sí, Don José, conozco esto como la palma de mi mano. 

 En un santiamén encontró, el sacerdote, al lazarillo que le serviría de guía y compaña en aquellos tres largos e intensos años que habría de misionar allí.

 - A todo esto, ¿Cómo te llamas?. 

 -Ramírez, padrecito, Ramírez.

 -Bueno, Ramírez, volvamos a San Rafael.

 Bien entrada la noche llegaron ambos a la parroquia; era el primer día del mes de enero de aquel año de mil novecientos cincuenta y nueve. Al terminar de asearse prendió la mecha de una vela usada, tomó su pluma y sentado en la mesa de la sacristía se dispuso a escribir a su amigo Manuel:

 “Muy Estimado Manuel: Te deseo muy feliz día y próspero año nuevo en compañía de tu familia. El día veinticuatro de octubre, salí de Barcelona y llegué a Ciudad Trujillo el día trece de noviembre, unos diecinueve días en barco. El día doce de diciembre llegamos a este pueblo y desde aquí atendemos a seis poblados; a tres de ellos se puede ir en coche, pero a los otros hay que ir a caballo. Dicen que van a hacer una carretera y entonces será más fácil. Como no sé conducir coches voy a caballo y salgo los domingos para regresar los miércoles por la tarde. Estas gentes son sencillas y dóciles. El gobierno tiene un concordato con la Santa Sede, como en España… Que aún cuando estamos muy lejos, para el pensamiento y la oración no hay distancias… El personal de aquí es muy religioso. Dios me está concediendo buena salud y todo lo que como me viene bien a pesar de que muchas cosas no las conocía…” 

 De poblado en poblado, de sección en sección, entre el domingo y el miércoles iba sembrando el amor con la Palabra y los hechos en los corazones de aquellas buenas gentes. Su fama se extendía como la espuma y en todos los suburbios se hablaba ya de aquel cura que había llegado nuevo y estaba transformándolo todo. 

 El mismo presidente de la República, Rafael Leónidas Trujillo, tras información recibida de su modo y forma de proceder y del contenido de sus homilías, tomó la decisión de ir a conocerlo y comprobar “in situ” lo cierto y razón de su popularidad.

 Mientras Don José seguía construyendo obras materiales y espirituales recibió, por sorpresa, la visita del presidente. No tuvo necesidad de preguntar para adivinar la llegada del distinguido visitante. Tras el protocolario saludo y frente a frente, tomó la palabra el mandamás. 

-¡Con que éste es el sacerdote español, comunista!

 -No, Señor, yo no soy comunista, yo sólo soy sacerdote.

 -¡Bueno, bueno, nunca se puede fiar uno de nadie, ya sabe usted, sólo hay que fiarse de Dios!

 -Claro que sí, pero Dios también está en el corazón de las personas y mi misión más importante, aquí, es intentar que Él viva en los corazones de esta humilde gente. 

 Aprovechando esta magnífica oportunidad que el cielo le había regalado, continua diciendo: 

- Me gustaría, Sr. Presidente, con todo mi respeto y consideración, y conociendo bien su generosidad, suplicar que escuche y atienda algunas de nuestras necesidades más urgentes.

 -Diga, diga. -Necesitamos un proyector de vistas fijas para la catequesis y el cine, un magnetófono para alegrar la vida de estas personas y para la oración y las celebraciones, y también un Land Rover para atender las secciones más lejanas.

 Entre irónicas carcajadas, se pronuncia el presidente,

 -Pide usted más que un cura.

 -Como un cura, Señor, como un cura. No pido para mí, sino para ellos, lo necesitan.

 -Pues cuente usted, entonces, con ello y ayúdeles todo lo que pueda.

 -Así lo haré hasta el último día, no lo dude. 

 Ambos recorrieron las obras que se estaban ejecutando en la parroquia y en otras dependencias sociales seguidos por la mirada perpleja de cientos de almas que en aquella hora no entendían que el propio presidente de la república hubiera venido a conocer a su pastor. 

 La sinceridad de Don José y su lenguaje sencillo, preciso y directo tocaron las entrañas del presidente, quien quedó comprometido a subvencionar las obras sociales emprendidas por el fiel misionero. A los pocos días de la entrevista se hicieron realidad las promesas del dictador y fueron llegando a aquel patronato, que llevaba su nombre, abundantes aportaciones materiales que vinieron a paliar muchas de las necesidades de aquellos habitantes.

 Transcurridos tres años de su llegada y habiendo capeado junto a su fiel escudero, Ramírez, aguaceros, vientos y mareas, fue destinado al barrio más pobre, desvalido y abandonado de toda aquella olvidada geografía: “Gualey”. Podemos considerar con acierto, a Gualey, como el epicentro de la gran obra humana, social y apostolar que nuestro personaje realizó en la República Dominicana. Convendría conocer, en este punto, lo pasado y lo presente de este barrio que lucha permanentemente por borrar la marca que el tiempo le ha dejado.

 Gualey es un barrio popular de Santo Domingo, allá en la República Dominicana. Cuando se oye su nombre, inmediatamente se asocia a hechos violentos, calles inseguras y enfrentamientos entre bandas, generando una percepción que no contribuye ni a su imagen ni a su desarrollo. Sin embargo, esta comunidad posee innumerables cualidades y personas valiosas, muchas de las cuales han salido de esa realidad, con tesón, esfuerzo y mil y una ayuda, incluida la divina.

 Geográficamente se sitúa en el litoral oeste del río Ozama, en el Distrito Nacional. Fue fundado en el año 1957 por un grupo de familias pobres que fueron desalojadas de Farís, así como por emigrantes de zonas rurales y empobrecidas del país, a quienes el dictador, Rafael Leonidas Trujillo Molina, cedió los terrenos que hoy ocupan los habitantes de esta barriada.

 Al inicio de su fundación, tuvo por nombre Pinar del Río, en honor a la provincia cubana del mismo nombre; luego se llamó San Rafael para resaltar la figura del sátrapa gobernante de la época y más tarde fue renombrado como Gualey. 

 Lejos de lo que se pudiera pensar, este barrio cuenta hoy con muchos ciudadanos y ciudadanas interesados en el desarrollo y bienestar, tanto de su comunidad como del país. Para estos fines, sus moradores se han ocupado en organizaciones e instituciones que forman el Consejo de Desarrollo Barrial de Gualey, desde donde luchan por las necesidades comunes de la colectividad, diseñando y ejecutando novedosos programas en favor de sus habitantes.

 De topología abrupta, por la que transcurren siete cañadas formadas por las frecuentes correntías; sus casas, fabricadas con diversos materiales entre los que se incluyen, madera, lata y cartón, se hayan diseminadas por la ladera, en cuyo fondo discurren las turbias aguas del Ozama. Sólo una cuarta parte de las viviendas podrían considerarse dignamente construidas. Las calles, en su mayoría, carecen de asfalto; los que habitan las partes más bajas soportan las peores condiciones, especialmente en tiempo de lluvias, donde son frecuentes las inundaciones. Plagas, enfermedades y contaminaciones acuíferas son parte de los graves problemas a los que se enfrenta una población, hoy como ayer, muy deprimida. Aún siendo parte de Santo Domingo, Gualey, tiene su propia historia que nace unas cincuenta décadas atrás.

 Actualmente el barrio se subdivide en: Los Cañitos, San Rafael y Gualey, propiamente dicho. Allí vivían, como ratas, en aquel tiempo, unas cuarenta mil almas. Miles de chozas y chabolas servían de límite a aquellos angostos caminos que serpenteaban las laderas del montículo. El olor a podredumbre perfumaba el aire y las infecciones y las consecuentes fiebres se apoderaban de aquellas pobres gentes, no habiendo dependencias parroquiales, ni de ninguna otra índole, que sirvieran de cobijo y utilidad en la atención de los enfermos.

 La tristeza y el descubrimiento de tanta injusticia se apoderaron por instantes de Don José que meditaba en su interior y rezaba a Dios diciendo: 

- ¡Qué ven mis ojos, Dios mío! Pon tu mano poderosa y transfórmalo todo. Haz que desaparezcan, la pobreza, la miseria y el hambre. Sana a tus hijos enfermos y devuélveles la alegría y la esperanza.

 La parroquia era un cobertizo hecho de madera, y escondido tras el altar, un viejo banco le servía de lecho. Antes del amanecer salía al descampado para hacer sus necesidades.

 Como hiciera en su anterior destino, y sin demora, siempre acompañado por Ramírez, su fiel guía y colaborador se puso, manos a la obra, unas veces a pie y otras a lomos de su caballo. 

 Coronada la cumbre de la ladera contempla, por vez primera, lo que sería su nuevo domicilio y misión durante un nuevo tiempo, lleno de peligros y penalidades. El bajo de su sotana se perdía entre el matorral y el barro y sus alpargatas dejaban oír el guachineo que paso a paso recordaba el efecto de la tormenta que apenas unas horas antes se había dejado sentir en aquel inhóspito lugar. Hombres, mujeres y niños rehacían lo que había dejado de ser su hogar.

 Don José, dejando las riendas a Ramírez y otorgándole libertad para el acomodo del jamelgo, descendió a aquel infierno para unir sus manos a las de estas humildes gentes, en el ilusionante proyecto de reconstruir lo que habían perdido.

 -¿Cuál es tu gracia, buen hombre?

 -Facundo, respondió un varón de enjuto semblante, entre sollozos y lamentos. 

 -Yo soy José.

 -¿A qué ha venido?

 -A hacer lo que Dios me pide, si es que tú me dejas.

 -Cómo no, D. José, sus manos y otras muchas serían pocas para poner orden en todo este desconcierto.

 -No te preocupes que Dios aprieta pero no ahoga; entre nosotros y Él, construiremos aquí un gran barrio donde podamos vivir como a Él le gusta.

 -Que Dios le oiga, padrecito.

 Entre el ánimo y la desolación continuaron la tarea de adecentar aquel bochinche de madera y latón. 

A media tarde lograron enderezar lo torcido y como si los hubieran echado a suertes, fueron ocupando los rincones de aquel desolador habitáculo, dejando caer sus maltrechas anatomías sobre paneles de madera forrados de cartón. 

 Entre tanto, Ramírez y Don José, sorteando mil y una dificultades, llegaron al recinto que hacía las veces de parroquia, allá en el poblado; se hincaron de rodillas delante del Señor y rezaron un buen rato.

viernes, 11 de noviembre de 2022

HISTORIA DE JABALQUINTO.

A las puertas del Palacio de Jabalquinto, hoy ayuntamiento, resuminos la historia de nuestro pueblo mediante la entrevista realizada por mi amigo Juan para Applicajaén.

martes, 8 de noviembre de 2022

DE LA CARRERA A LA PLAZA


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“La Carrera” fue, hasta hace siete u ocho décadas, lugar de paseo y recreo de los jabalquinteños y jabalquinteñas. Por su situación privilegiada, desde donde se divisa el serpenteo de los ríos Guadalimar y Guadalquivir, entre otros espectáculos naturales, se erige como mirador natural de la población. En lontananza, el río primero vierte sus aguas en el segundo y pierde su nombre. El paraje es popularmente conocido como “Las Juntas”; frente a él, “El Encantao”, antigua fuente romana decorada entonces, con figurones, en el margen izquierdo del “Camino de los Romanos” o “Vía Augusta” (S. I d. C.)

 

En esta fuente, oasis en el camino hacia “La Venta del Arco”, de la que se habla en la Memoria Histórica de Mateo Francisco de Rivas y Soriano (1797), y que los árabes supieron aprovechar para regar las ricas huertas y fértiles tierras circundantes, encontró su origen la famosa “Leyenda del Encantao”, que presenta como protagonistas a tres hermanos pequeños, al padre de ellos y a una sirena que, de cuando en cuando, emergía de sus aguas cristalinas.

 

La Vía Augusta, fue considerada la ruta terrestre más importante de la provincia Bética. Partía, para nuestro interés, desde Cástulo, teniendo su meta en Cádiz (Gades), aunque su origen se situaba en Roma. Discurría a través de un trazado llano, siguiendo la corriente del río Guadalquivir y abrazada él: Cástulo, Venta del Arco (Jaén), Villanueva de la Reina (Jaén), Marmolejo (Jaén), Montoro (córdoba), Puente Mocho (Córdoba), Córdoba,  Écija (Sevilla), Carmona (Sevilla), Torre de los Herberos (Sevilla), Torres de Alocaz (Sevilla), Cerro de Vicos (Cádiz), Puerto Real (Cádiz) y Cádiz.

 

A nuestra espalda, la Ermita, conocida como “Ermita de la Carrera”, e identificada por el profesor e historiador, Ruiz Calvente, como Ermita de las Mercedes y san Juan Bautista, que fuera mandada a construir por la Sra. Marquesa Dña. Catalina de Rojas y Sandoval, sobrina del obispo de Jaén D. Baltasar Moscoso y Sandoval y esposa del primer Marqués de Jabalquinto, Manuel de Benavides III, allá por 1635.

 

A escasos metros de ésta, el Palacio de los Benavides y Condes de Benavente, marqueses de Jabalquinto, que desde el siglo XVI a la actualidad ha sufrido diversas transformaciones. Unida a él, la casa del administrador del marqués, que reconvertida hoy en restaurante, conserva afortunadamente su fachada original.

 

Al frente, de no haber sido derruida a principio de los ochenta, seguiríamos contemplando hoy la antigua Casa Consistorial, tal como indicaba el rótulo de su propia fachada. Se hallaba situada en la esquina de la antes conocida como “Calle Nueva”,  hoy, “Calle de Joaquín Ruiz Álvarez”, alcalde que fue del municipio durante cuarenta años consecutivos, lo que le hizo merecer el título honorífico de “Alcalde Decano de España”, según se puede leer en las crónicas de D. Lope de Sosa. En su tiempo, entre otros logros, se consiguió traer la luz al pueblo desde la central eléctrica conocida como “La Milagrosa”, propiedad del mengibareño, D. Manuel de la Chica.

 

Esta calle, posiblemente, la más antigua del pueblo, conecta en su extremo este con la Parroquia de la Encarnación, construida en 1577 y que se ajusta a modelos vandelvirianos. Por su extremo oeste, lo hace con el Palacio de los Marqueses de Jabalquinto, actual ayuntamiento, ligando así lo noble y lo religioso. A lo largo de la misma destacan antiguas casonas que pertenecieron a familias muy distinguidas.

 

El antiguo ayuntamiento, de planta rectangular y sobria arquitectura, construido a finales del siglo XIX, abría su puerta principal a la calle Joaquín Ruiz Álvarez, enmarcada por un arco de medio punto; sobre éste, el balcón principal correspondiente al salón de plenos, cubierto parcialmente por una vistosa cornisa. Por techumbre un tejado a cuatro aguas. En su esquina oeste dos puertas acristaladas daban acceso a un balcón corrido, en escuadra, cerrado con reja de hierro y cubierto por una cornisa de idéntica forma a la anterior; tras ella emergía una torre de reloj. Dos pares de ventanas por planta daban forma definitiva a la fachada principal del edificio.

 

En la pared oeste, dos nuevas ventanas en la planta baja, de sencilla reja y una en su planta alta, de idéntica forma. Una angosta puerta, sobre la que resalta un escudo, indescriptible, y un cartel con la inscripción: “Calle de Cervantes”, completaban el conjunto.

 

En su interior, un espacioso recibidor, en cuyo perímetro se ubicaban algunas dependencias, el juzgado y un pequeño aseo. Al fondo una ancha y profunda  escalera de piedra, conducía hasta un sótano oscuro y húmedo donde se ocultaban los calabozos. De esta planta baja arrancaba otra escalera con peldaños de madera que conectaba con el salón de plenos, la alcaldía y las oficinas municipales. Una sencilla baranda de hierro corría por el exterior ofreciendo seguridad y protección al usuario.

 

A escasos cien metros, torciendo la esquina oeste de este emblemático edificio y descendiendo a través de la “calle Cervantes”, nos escoltan otras dos antiguas casonas, a escasos metros de la “Plaza de España”. A su entrada nos recibía, hasta la década de los setenta, un viejo eucalipto, punto de reunión de jóvenes y mayores y morada habitual de cientos y cientos de ruidosos pajarillos. A sus pies, dos caños de agua, venida desde la “Fuente Nueva”, saciaba, previo pago, la sed de los habitantes.

 

“La Fuente Nueva”, construida en época de Fernando VII, sigue informándonos, tímidamente, sobre su origen, en su deteriorada coronación:

 

“SIENDO REY FERNANDO 7. AÑO DE 1830”.

 

 Curiosamente, quien plasmó la inscripción desconocía la numeración romana o pecó de excesiva originalidad.

 

En nuestra  Plaza, como en cualquier otra, se desarrollaba el comercio en la antigüedad: Herrerías, alpargaterías, barberías, panaderías, carnicerías, mercerías, tiendas textiles, economato, tabernas, e incluso un casino donde los hombres podían leer la prensa diaria, oír “El Parte”, participar en las tertulias y organizar sus partidas, ya en época más reciente.

 

Por las mañanas, los vendedores ambulantes ocupaban sus puestos y pregonaban con gracejo y energía, sus productos, con la buena intención de abastecer a la población y engordar su economía. Éstos procedían mayoritariamente de la agricultura y de la huerta: Habas, garbanzos, lentejas, habichuelas, tomates, ajos, cebollas, pimientos, berenjenas, melones, uvas, sandías, entre otros, componían la dieta jabalquinteña de entonces, en su parte más asequible.

 

Entre tanto, por nuestras angostas y pedregosas callejas, deambulaban: Afiladores, hojalateros, caldereros, cordeleros, lañadores, meleros, paseros, silleros, veloneros, aguadores y otros profesionales y artesanos que se ganaban la vida, a diario, anunciando, reparando o vendiendo su mercancía. Todo un lujo del que hoy carecemos. 

 

lunes, 27 de julio de 2015

MONUMENTO A D. JOSÉ MARCILLA HERNÁNDEZ


D. Miguel Ángel Sola, dando lectura a la placa que recuerda la labor de D. José Marcilla y el agradecimiento de todo un pueblo.

DISCURSO INAUGURAL DEL BUSTO DE DON JOSÉ MARCILLA HERNÁNDEZ.

ANTONIO GARCÍA SANZ (Cronista de la Villa de Jabalquinto). 26 de julio de 2015

Rvdo. Sr. Arcipreste, D. Miguel Ángel Sola; Rvdo. Sr. Cura párroco de esta Parroquia de la Encarnación, D. Pedro Garrido; Rvdo. Sr. D. Joaquín Rafael Robles, su predecesor; Rvdo. Sr. D. Tomás Jurado, canónigo de la Sta. Iglesia Catedral de Jaén, jabalquinteño y muy querido por todos nosotros; Sr. alcalde del Excmo. Ayuntamiento de nuestra localidad; Junta de Gobierno y cofrades de la Cofradía de Ntro. Padre Jesús Nazareno, que hoy celebra su fiesta patronal. Un saludo Muy especial para Dña. Sagrario y Dña. Manuela, sobrinas de D. José Marcilla Hernández, que hoy nos honran con su presencia. Sras. y Sres; paisanos y paisanas; amigos todos de éste, mi querido pueblo.

Muy brevemente, porque el calor aprieta y Ntro. Padre Jesús, está a punto de salir a nuestro encuentro.

Pudiera parecer un tanto extraño que alguien que no conoció a D. José Marcilla sea, ahora, la persona designada para que os hable de él.

Pues bien, existen distintas formas de conocer a las personas: Una a través de lo físico, de lo visible, y otra, bien distinta, pero fiable y profunda, la que se corresponde con sus palabras y sus hechos. A esta última forma se puede llegar por medio de otros, que sí tuvieron la dicha de conocerlas. Por tanto, agradezco a D. Manuel Cuesta, su amigo íntimo y a D. Francisco Gómez Montejo, de quienes sus cartas personales y escritos, respectivamente, me han servido para conocer la valía de este hombre y su ejemplo como sacerdote; además de multitud de vivencias y anécdotas, puestas en mis oídos, por quienes compartieron con él, tiempo y espacio.

También quiero agradecer a su sobrina Sagrario, las bonitas palabras que me dedicó al conocer mis publicaciones sobre su tío y sobre todo, por haberme facilitado la dirección de la Web de Gualey, barrio de Santo Domingo, a orillas del río Ozama, donde D. José desarrollo su intensísima labor misionera. Ello me ha permitido conocer el entorno en que su tío vivió gran parte de su vida, dándolo todo.

En esta ocasión, más que leer una larga biografía de nuestro querido personaje, que la podéis encontrar en Internet o en otros medios, prefiero dejaros una reflexión personal: En casos como este debemos de fiarnos más del método del corazón que de otros métodos más razonables. Como en “El Principito”, llegaremos más lejos y más hondo, intuitivamente que razonablemente, aunque lo ideal sería que el corazón y la razón fueran de la mano.

No hay vez que recordando a D. José Marcilla Hernández, no me venga a la memoria, la imagen de una figura que aparece en el Antiguo Testamento y que conecta en el Nuevo Testamento en Jesús de Nazaret. Esta figura es la del “Siervo de Dios”; siervo en el sentido de servicio y entrega y no como título honorífico del que se pueda alardear o presumir.

D. José, como Jesús, es un “siervo de Dios”. Se puso al servicio del Reino, sin dudarlo, dejando atrás, en el olvido, aquellos años, placenteros, en los que sus estudios y formación académica le permitieron vivir, en Madrid, de forma holgada. Pero él buscaba la FELICIDAD, otra vida que le permitiera empaparse del Espíritu de Cristo para llegar a todos y convencerles de que Dios les ama.

Lo hace por medio de la Palabra y la obra; Palabra y obra, unidas, dan credibilidad, ofrecen confianza a quienes están cerca de él, e incluso a los más alejados. Esta es la razón por la que también los que no frecuentaban el templo le admiraban y le querían.

Esa es la clave en la vida y obra de D. José y eso es lo que hace que hoy, a pesar del inexorable paso del tiempo, lo sigamos llevando en el corazón, como en mi caso, incluso, sin haberlo conocido.

Otra de las grandes claves de su vida fue la oración; D. José pasaba largo tiempo delante del Sagrario, al lado de Jesús Sacramentado, vivo, en perfecta unión y comunicación con Él. Sus contratiempos, sus retos, sus preocupaciones, sus ilusiones, sus alegrías y sus penas eran compartidas con Él, como con el mayor de los hermanos, ese que siempre está presto y dispuesto a ofrecer su ayuda sin pedir nada a cambio.

El poder y la fuerza de la oración, a veces en soledad y otras en comunidad fueron, entonces y ahora, grandes regalos del cielo que ayudan a transformarlo todo, a cambiar el mal por el bien, la debilidad por la fortaleza, la injusticia por la justicia, la guerra por la paz, el odio por el amor.

Me contaron en una ocasión, que una vecina, habiendo escuchado, a deshoras, cierto ruido dentro del templo, avisó a otras personas que, acercándose y llamando a la puerta, fueron recibidas por D. José.:

- ¿Qué queréis a estas horas?, les preguntó.



- Es que hemos escuchado ruido y creíamos que habría ladrones


D. José, entre risotadas, les dice:


- ¡Ladrones!, ¡No! Hacía calor en la camareta, y como no podía dormir, me he bajado a acompañar al Señor, y con tanta oscuridad, he tropezado con el reclinatorio.

Sus homilías, no exentas de absurda polémica, eran seguidas con especial atención, tanto aquí como en su misión, allá en República Dominicana.

En varias ocasiones le recomendaron “moderar” el contenido, o más bien, el sentido del mensaje pero él, sin miedo alguno, solía decir: “Yo sólo presto mi voz a Dios”.

Allí, en Santo Domingo, en uno de los poblados que atendía y que estaba levantando con sus propias manos junto a las de muchos fieles moradores recibió, por sorpresa, la visita del presidente de la República, Rafael Leonidas Trujillo que previamente habría enviado a un observador para verificar la fama de este misionero español; éste, lo encontró en plena faena y dirigiéndose a él exclamó:

- ¡Con que tú eres ese cura español comunista!
D. José, haciendo un breve paréntesis, se puso de pié, se colocó frente a frente, y clavando en él su profunda mirada le respondió:

-Yo no soy comunista, Señor, sólo soy sacerdote y he venido hasta aquí para ayudar.
Esta es su autoridad, la misma del evangelio, la misma de Jesús, es decir, Palabra y hechos a la vez, valentía, mucha valentía y la manifestación de su amor a todos, especialmente al más sencillo, al más humilde y al más débil, siempre luciendo su eterna sonrisa. Sonrisa que como podemos ver, bien ha plasmado el autor de esta obra que hoy descubrimos e inauguramos, aquí, en esta Plaza de la Iglesia, en esta “Lonja”, donde tanto jugó con los niños, donde tanto consejo dio a los jóvenes, donde atendió con calma a los mayores, donde consoló a enfermos, donde dio de comer a hambrientos, donde vistió a desnudos, donde amó a todos.

Precisamente hoy, 26 de julio, día de la Fiesta Patronal en honor a Ntro. Padre Jesús Nazareno, después de una dilatada vida puesta al servicio de Dios y de su Iglesia, hace treinta y cinco años que partió de este mundo al Padre rodeado de los suyos y de algunos compañeros. Desde allí, seguirá mirándonos con su mirada profunda, llena de amor.

Querido D. José: No deje nunca de pedir por esta Comunidad Parroquial de la Encarnación, a la que tanto quiso y sirvió. Pida a Dios que nos ayude y nos fortalezca en nuestra travesía hacia Él. Pida también por la Iglesia Universal, para que a través de la acción del Espíritu Santo, podamos lograr la plena transformación del mundo en que vivimos.

Gracias por vuestra atención y felices fiestas.